Hoy ha sido uno de esos días en los que llegas a la facultad y no sabes muy bien porqué, pero decides volver una hora antes a casa... Y además, en vez de tomar el camino habitual, el de Cádiz, pasando por el Puente Carranza, decides tomar el otro camino, el de Puerto Real por las Aletas.
Vas pensando en tus cosas, en esas cosas que no paran de darte vueltas en la cabeza... pero de repente ves una gaviota patiamarilla y ya desconectas y empiezas a fijarte en todas las aves que ves sobrevolando el coche... Te acuerdas de cuando, cada año, empiezas a ver milanos negros que van en migración hacia el Estrecho y te preguntas que por qué no podrías ver uno ahora, que sería maravilloso... Alguien te escucha y de repente ves dos siluetas negras en el cielo, a escasos 20 metros del coche... Pero te das cuenta de que esas siluetas negras no tienen nada que ver con un milano. Su forma estilizada, su largo cuello y sus alas largas y anchas... cuando con un golpe de viento, las siluetas se giran, el sol les acaricia de una forma muy distinta y te dejan ver su vientre blanco y su pico y sus patas rojas... En ese momento, que ves que las dos siluetas que tenías a 20 metros, son dos cigüeñas negras, no puedes hacer otra cosa que emocionarte y sentir como todos los vellos de tu cuerpo se erizan y se te escapa una expresión de júbilo. En ese momento te gustaría poder parar el coche en medio de la autovía y poder contemplarlas por horas... En ese momento el tiempo y el espacio se han detenido para tí...
A veces, la casualidad de salir una hora antes de clase, de tomar el camino menos habitual, de retrasar tu salida cinco minutos porque se te ha olvidado mirar una cosa en el tablón de anuncios de clase, te recompensan en un modo que posiblemente no te merezcas, pero que sin duda hace de tu día, un día especial...