Si me hubiera sido otorgada la potestad de elegir el envase físico de mi alma, no habría elegido ser yo, sino algo más importante: una hormiga, una lombriz, un petirrojo... Cada una de esas almas se ve sometida a diario al azote de la peor plaga de la historia del planeta Tierra: el ser humano. No nos dimos cuenta todavía de que este mundo no nos pertenece, que en él sólo estamos de prestado y que nos fue encargado cuidar de él, tarea que sin duda no estamos llevando a cabo de manera eficiente.
El ser humano no debería tener que restaurar, recuperar, reconstruir... son verbos que llevan incorporado el prefijo "re-", es decir, "volver a" ó, lo que es lo mismo, "romper para luego reparar". Pero todos sabemos que si un jarrón se rompe, por mucho empeño, esfuerzo y sudor que le dediquemos, nunca volverá a ser el original, sino un jarrón reparado, con signos evidentes del traumatismo que sufrió. Como alguna vez me ha dicho mi madre, no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia. El ser humano es una máquina de ensuciar, literal y ecológicamente hablando. Valdría mil veces más que no tuviéramos que "reparar" lo que llevamos miles de años intentando, y consiguiendo con bastante éxito por cierto, romper. Vamos camino de encontrarnos en pocos años con un gran porcentaje de bosques cuadriculados, con árboles ordenados como si de un tablero de ajedrez se tratara; con cientos de especies que sólo podremos continuar viendo en fotos; con una biodiversidad genética escasa o nula... Témome mucho que el esfuerzo de la comunidad científica sólo servirá para la desaceleración de esta devastación y en ningún caso para una "recuperación" real de la calidad ecológica del planeta.
Por todo esto, si yo hubiera podido elegir, habría sido uno más en el planeta Tierra (una hormiga, una lombriz, un petirrojo...) y no una parte de la bochornosa plaga en la que nos hemos convertido.