El título más correcto para esta entrada sería "Bailando con mochuelos" o "La familia crece". La historia es la siguiente:
Nos sorprendía tanto a mis compañeros de trabajo como a mí la ausencia de mochuelos en nuestra zona de trabajo en Medina Sidonia, siendo ésta muy favorable y con fincas aledañas en las que sí que hay bastante densidad, aún más acercándonos a Vejer de la Frontera. Sin embargo, este año un pequeño mochuelo se estableció allá por abril y enseguida hicimos amistad...
Lo recibí con sorpresa -además fue casi mi primera foto con el nuevo objetivo Sigma 150-500OS-, pero con cierta tristeza porque ya me parecía un poco tarde para que buscara pareja... Nada más lejos de la realidad. Semanas después, lo vi acompañado. ¡Se había echado novia! (o novio...). Seguía pensando que era tarde para que pudiera sacar su prole...
Cual no fue mi sorpresa semanas después, cuando me tropecé con no uno ni dos, sino ¡tres mochueletes jóvenes! A partir de entonces nació una bonita amistad entre ellos y yo. Pronto se acostumbraron a que ese aparatoso coche blanco y grande no les hacía nada, no les avasallaba, no intentaba atropellarlos a una alta velocidad por el carril... simplemente se paraba allí, les miraba y nada más. Sólo eso. Nunca huyeron, nunca se sintieron invadidos, ni amenazados. Con eso, fueron capaces de dejarme hacerles fotos a apenas 3 o 4 metros, parar el motor, volver a arrancar, cambiar el coche de posición para tomar la luz desde un mejor ángulo o un mejor fondo y no parecía temernos ni a mí, ni al coche, ni a ese gran ojo que les miraba...
A veces la vida es sólo eso, hacer que las cosas sean naturales, sin aspavientos, sin extravagancias, sólo mostrar respeto, ser tolerante y sentarse a mirar...