Ya desde el amanecer, las imágenes que este mágico lugar nos ofrece son espectaculares. Bandos de agujas en los calentadores, los charranes que se desperezan en los cristalizadores, antes de ir a por el desayuno. Un tono de luz y unos contrastes que en pocos lugares he podido contemplar. Al fondo, el Parque de Las Cañadas de Puerto Real.
Durante el día se cuentan por decenas los bandos de cientos o miles de limícolas. Correlimos para todos los gustos, archibebes, agujas, chorlitejos... Punto clave de descanso y avituallamiento en el largo periplo migratorio de estas pequeñas aves. Entre ellos, comienzan a bajar los primeros alcaravanes y siempre tenemos a las fieles gaviotas de Audouin (Larus audouinii). Para mi gusto, posiblemente el lárido más elegante que recorre nuestras costas.
Según se acerca el crepúsculo, los stérnidos van ganando enteros. Llegan a tapizar el cielo cuando éste comienza a adquirir tintes anaranjados. Una imagen vale más que mil palabras:
Y por fin, llega la hora de dormir. Sobre las rosadas crestas de sal de los cristalizadores, repletos de Artemia salina, el mismo branquiópodo que da color -por ejemplo- a los flamencos. Como si la sal se hubiera convertido en nubes de azúcar endurecidas, acoge a charranes patinegros, comunes, charrancitos, fumareles y algunas gaviotas, que en ella encontrarán un lugar idóneo para reponer fuerzas para el día siguiente.